Un sábado en la tarde, hace más de 20 años, un “fiebrú” del baloncesto me llamó y me dijo: “Te veo como un gran entrenador de baloncesto en el futuro. Enfócate. Estudia. Trabaja duro. Y podrás ser hasta el entrenador del Equipo Nacional de Baloncesto. El orgullo más grande que puede tener un dirigente es poder representar a su país”.

Ese consejo confirmaba que, desde niño, no mostraba tener las cualidades y características físicas para ser un gran jugador de baloncesto. Pero acepté mis limitaciones y decidí, entonces, convertirme en un estudioso; un fanático del baloncesto.

Apliqué lo académico con la filosofía de entrenamiento que obtenía de diferentes dirigentes. Lo adquirí, lo hice mío y lo implementé en los juegos de equipo que tuve el honor de dirigir y obtener importantes victorias: categorías menores, los Leones de Ponce, los Vaqueros de Bayamón...

Y ahora es lo que aspiro a hacer como el nuevo dirigente del Equipo Nacional de Baloncesto de Puerto Rico.

Más allá del orgullo y alegría que siento, reconozco que tengo una gran responsabilidad con el país y, también, con los jugadores que reciben el honor de vestir el uniforme de Puerto Rico.

Como entrenador, mi misión será enseñar a los jugadores todas las habilidades necesarias para triunfar en la cancha, hacer el juego correcto y a que aprovechen esta exposición que solo brinda representar a tu país. La gloria será para el equipo y la situación individual podrá alcanzarse por el esfuerzo y el desempeño individual.

¡Es un chance único en la vida!

Estamos en un proceso de transición y el fanático quiere que el baloncesto siga siendo el protagonista sobre todos los deportes que más disfrutamos en el país. Lo importante es que todos estamos en sintonía: los jugadores, la institución, el cuerpo técnico, los fanáticos, y todos trabajaremos duro para identificar oportunidades, reconocer retos y así lograr tener al mejor equipo de baloncesto.

Aquel “fiebrú” del baloncesto que creía que podría ser el entrenador del Equipo Nacional fue mi papá. Al otro día de esa llamada, de aquel sábado en la tarde, mi papá falleció.

Veintipico años después, las emociones son intensas y ver a los míos felices no tiene precio.

Mi papá habría de estarlo también.