En nuestro microcosmos, en la tiraera tropical, donde el último intercambio de golpes entre “JGO” y “el Gobe” ocupa titulares por días y semanas, estamos muy entretenidos. Tenemos suficiente con la faena local como para mirar para el lado, a ver qué pasa un poco más allá.

Pero nos debemos detener de vez en cuando y mirar alrededor, para enterarnos de que en muchos lugares -algunos muy lejanos y otros aquí al ladito-, se vive la miseria y la destrucción de la guerra.

La más famosa es la de Rusia y Ucrania. Esa invasión que indignó al mundo entero hace ya un año y ocho meses. Durante los primeros meses, generó mucha atención, porque Rusia es una potencia mundial y toda la cobertura mediática se volcó instantáneamente hacia allá. Por otro, en esa región se producen granos y gas natural. Así que se dislocaron los mercados y el precio de todas las cosas se disparó. Esa guerra nos impacta, así que es imposible ignorarla.

Relacionadas

Sin embargo, ni nos enteramos del horror de los conflictos bélicos que viven en otros lugares. Que están cobrando miles de vidas y provocando nuevas olas migratorias, que es otra tragedia, secuela de la guerra.

En el continente africano, una decena de países están en guerra, ya sea civil o por los ataques de grupos terroristas. Sudán, Somalia, Níger enfrentan conflictos internos que generan muerte, desplazamiento y hambre. En otros lugares, como Syria, el conflicto ya casi no se reseña en los medios de comunicación de este lado del mundo, pero ciertamente no ha terminado. En Myanmar (Birmania) y Somalia, la guerra tiene décadas, pero ahí el interés internacional es mínimo, por no decir inexistente.

Hace solo unos días revivió el conflicto en Israel y Gaza. Israel se declaró en estado de guerra y esa sí tendrá toda la atención mediática. En las primeras horas de los ataques se reportaron 300 muertos, decenas desaparecidos y otros tantos heridos.

Pero no tenemos que mirar tan lejos para observar el horror de la guerra. Nuestro vecino Haití, está sumido en un conflicto de años. A menos de una hora en avión de Puerto Rico y en medio de este Caribe de turismo, sandunga y jangueo, nuestros vecinos mueren todos los días a causa de la violencia de pandillas, la anarquía y el hambre. El gobierno de los Estados Unidos ha advertido a los ciudadanos a no viajar a Haití y removió de allí todo el personal diplomático. Hay secuestros diarios, asesinatos, “carjackings”. El gobierno haitiano no es capaz de controlar la violencia de pandillas y está a la merced de estos grupos violentos. Como si esto fuera poco, el sistema de salud es precario y el cólera sigue cobrando vidas. De Haití, tristemente, no se escucha nada en los medios de comunicación, solo esporádicamente.

Si bien es cierto que las noticias que ocurren muy lejos son menos relevantes a nuestra realidad, la situación de Haití por ejemplo, ocurre casi en nuestro patio. Aun así, nosotros muy ocupados con nuestro pequeño caos diario, ignoramos la enorme tragedia que se vive a minutos de aquí.

No intento minimizar los problemas de nuestra isla. Los tenemos y algunos son muy complejos. Aquí el narcotráfico es nuestra guerra y la lista de deficiencias e ineficiencias gubernamentales es larguísima y es histórica; ciertamente no es responsabilidad del gobierno actual únicamente. Pero ahora que tenemos la campaña electoral encima y se comenzarán a discutir las posibles soluciones, es bueno de vez en cuando mirar hacia el lado y conocer la realidad de otros, que tal vez nos sirve de consuelo, tal vez de motivación. Y que entendamos que aquí lo único que hace falta es voluntad para poner la politiquería y el amiguismo a un lado y colocar el bienestar de las comunidades como única prioridad.